jueves, mayo 04, 2006

Poema IV, de Nigredo

Entraba a saco,
disponiendo sus álamos en fila para que los zapatos obviaran sus ecos de doble angurria; desviábase su semilla de mercurio, fatigándose alcalino de tanto acometer cilicio recubierto en baba

allí, en el paso real, a la orilla de una virgen ciega.

Siempre el fuera golpea su abracadabra ambiguo, siempre ese bautismo exacto demarca su ficcionario de enemistades próximas. No insisto más: de una costura inerte entre el párpado y el agua se va hacia un túnel de hiedra.


Él dormía su vertiente por tres veces hasta un clavel del aire, hasta el puente entero de caballos sin asfalto. Dudo que sus.borrones prometan algún pleroma a corto plazo, a no ser que te conformes con el limo raspándonos el rostro.


A veces el olvido aquieta, si bien esa densidad de hipótesis lejana desata los cordones y promueve -entre los perros- el fiel reclamo de sus anillos invisibles

allí, en el paso real, a la orilla de una virgen ciega.

Bifurcábase ese endriago de heterodoxa trenza por el rincón de las hamacas y los musgos -incluso hubo quien lo replegó en un garfio por culpa de una manzana-. Nunca traspasó su vientre umbrío el territorio gris de los faroles;


guiñol de calidoscopio orífice, su entraña vacila cervical bajo el hoyo de su beso cauto. Y sin embargo el hombro, o su frontera, se paraliza al distanciarse nuevamente al hombro; quien.lleva su media a solas, jamás estuvo ausente, o sin sentido.

Con cuánta suspensión se bebe la vía láctea si el pulso de los peces no convence.