lunes, agosto 20, 2007

El trasgo y el cosmonauta - canción 2: Digamos que el rocío tiene un nombre

Según la escuela pitagórica, el dualismo es el principio de la diversidad y de la desigualdad, de todo lo divisible y mudable. Bárbaro, encontramos una posible explicación del desmadre cósmico que nos devora y nos pare. La cuestión es que el cristianismo -o esa variante laica e igualmente podrida que se da en llamar cultura occidental- transformó ese concepto en una fuente de conflicto a causa de una unidad deseada, absolutista, que no siempre se encuentra a mano. Hasta los veintiséis años yo también buscaba esa unidad. Ahora ando por los bosques del mundo, dejándome consumir por su secuencia de película lisérgica.


Digamos que el rocío tiene un nombre
en el que se evidencia los lenguajes
del pájaro, del trigo y los zarzales,
del hombre que une en sí a todos los hombres.


Digamos que la angustia es un binomio
de toda incertidumbre no lejana,
sumado a aquel claror de la mañana
en que se está entre un ángel y un demonio.


Recuerdo haber dormido aprisionado
como una piedra oscura en el vacío
sin tregua, sin mirada ni albedrío
hasta que alcé mi brazo descarnado.


Pedí tener arteria y sacrificio,
también musculatura, risa y llanto,
la fuerza primigenia de aquel canto
en que estalló la luz de mi principio.


Y ahora que del pulso está el latido
voy a apartar de mí todo el encierro.
Digamos, finalmente, que no quiero
ni el infierno fugaz ni el paraíso.

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