miércoles, enero 25, 2012

Nowhere man XXXII

Mi lengua se convirtió en una especie de Tierra Media a fuerza de tanto viaje. Un registro de épicas y mitos en el que se puede hablar de bandoleros urbanos cuyo santo y seña era seguir los pasos de Robin Hood, de abuelos con la fuerza suficiente como para voltear un caballo con la mano, del andar transando lo que viniera con judíos, árabes y gitanos en un rincón de mal viento y tierra como el Chuy, de mujeres que dialogaban con los muertos y sacaban de la baraja el signo con que morirías bajo la varia luna, de la historia de un tipo que vio en el cielo la imagen de la Bruja Madre y que, ante tanta belleza, se durmió desnudo y atado a un árbol en la plaza de su pueblo. Se lo comento a Juliana, una de las más hondas amistades que me dio este vasto continente como el mismo mundo. "Si a tus nietos no les da sordera, vendrán al monte donde vas a vivir para escucharte". Sin embargo comienzo a sentir que hay algo que se me escapa, una suspensión del juicio en el que se sabe que lo imprevisto y lo inevitable está a punto de llevarme por asteroides cada vez más inclasificables, territorios no registrados por ningún mapa.

Navigare necesse; vivere non est necesse.

(de una carta escrita a varios amigos en noviembre del 2010. Recife, Pernambuco)

sábado, enero 14, 2012

Nowhere man XXXIII


En un paraje cerca de Achar, allá por Tacuarembó, la hija de Demetrio Pires y Sandra Villalba nació un viernes 13. Yo estaba de paso, recorriendo. Aun a punto de tener familia por cuarta vez, ese matrimonio no la pensó mucho a la hora de brindarme asilo por un día o dos. Y, sin embargo, cayó justo ese viernes.

Sandra dio a luz por la mañana, y a la tarde pidió a su marido que hablara con la curandera. Recién supe el motivo. Mujer que nace un viernes 13 tiene que ser amadrinada por la luna. Pero no cualquier luna: tiene que ser la del primer cuarto creciente posterior al nacimiento. De no ser así, la vida de la recién nacida iría a ser algo más que amarga. Y el primer cuarto creciente caía al otro día. Demetrio preguntó si me quedaba. "Así festejás con nosotros".

A la noche del sábado vino la curandera. Toma a la niña y la lleva casi al medio del campo; la desnuda completamente para que la luz de la luna le dé por todo el cuerpo y, conjurando en un español casi irreconocible de tan arcaico, la pone bajo su tutela. Después la arropa con un trozo de franela nueva y le ordena a la madre que la mantenga envuelta en aquel género durante las primeras trece veces que amamantara, y que no volviera a utilizarlo jamás en ninguna circunstancia. Más tarde, celebramos el cumplimiento del rito con una tira simple de asado y un vino.

Nunca más los vi. Pero no pude dejar de recordarlos desde hoy de mañana.

lunes, agosto 20, 2007

El trasgo y el cosmonauta - canción 1: A mi estatua de barro (poema de Hugo Emilio Pedemonte/ música de Martín Palacio)

Este texto lo encontré por una de esas casualidades en una antología del verso lunfardo, cuya edición databa más o menos de 1961. Imbuido de un amargo pero profundísimo sentido nihilista, este poema-tango constituye una rareza dentro de la obra del escritor uruguayo Hugo Emilio Pedemonte (1922, Montevideo – 1994, Madrid), cuyo estilo siempre estuvo alejado de la línea que caracterizó a Carlos de la Púa o Discépolo, por citar dos casos emblemáticos. La melodía que le puse está basada en un rock bastante depurado y simple, al estilo del grupo brasilero Legião Urbana. De hecho, me inspiré en el bellísimo Há tempos, tema que abre el disco As Quatro Estações de la legendaria banda.



En la runfla será y en una calle
donde la sombra sea casi humana,
habrán pasado años. Bajo la lunfa
de una yacente historia desgraciada
ni polvo habrá, sino memoria sola
y un fueye con la música callada.


Un silencio de versos sucuchados
resumará la orilla. Cuantos vayan
a recordar la davi del poeta
verán en una réplica estrolada
mi rostro envejecido: sólo tiempo
de corazón en dolorida estatua.


“Este –habrán de decir- es el poeta
que confundió mistongo y esperanza
pero piyó su soledad de sombra
que no supo vivir y fue orillada.
Hoy siente la tristeza de ser tango
como si estar ya muerto no bastara”.

El trasgo y el cosmonauta - canción 2: Digamos que el rocío tiene un nombre

Según la escuela pitagórica, el dualismo es el principio de la diversidad y de la desigualdad, de todo lo divisible y mudable. Bárbaro, encontramos una posible explicación del desmadre cósmico que nos devora y nos pare. La cuestión es que el cristianismo -o esa variante laica e igualmente podrida que se da en llamar cultura occidental- transformó ese concepto en una fuente de conflicto a causa de una unidad deseada, absolutista, que no siempre se encuentra a mano. Hasta los veintiséis años yo también buscaba esa unidad. Ahora ando por los bosques del mundo, dejándome consumir por su secuencia de película lisérgica.


Digamos que el rocío tiene un nombre
en el que se evidencia los lenguajes
del pájaro, del trigo y los zarzales,
del hombre que une en sí a todos los hombres.


Digamos que la angustia es un binomio
de toda incertidumbre no lejana,
sumado a aquel claror de la mañana
en que se está entre un ángel y un demonio.


Recuerdo haber dormido aprisionado
como una piedra oscura en el vacío
sin tregua, sin mirada ni albedrío
hasta que alcé mi brazo descarnado.


Pedí tener arteria y sacrificio,
también musculatura, risa y llanto,
la fuerza primigenia de aquel canto
en que estalló la luz de mi principio.


Y ahora que del pulso está el latido
voy a apartar de mí todo el encierro.
Digamos, finalmente, que no quiero
ni el infierno fugaz ni el paraíso.

El trasgo y el cosmonauta - canción 3: Capricho magiar

Nadie puede decir que García Lorca es un autor del que se sale ileso. A los trece descubrí, como la mayoría, el Romancero Gitano. Y no lo niego: la cadencia de su fraseo se me quedó prendida para siempre en los pocos octosílabos que escribo. Después, a los dieciséis, cayó a mis manos Poeta en Nueva York. Fue uno de esos tortazos inolvidables, un viaje de ida sin retorno. Aún recuerdo el impacto que me produjo leer los primeros versos de Panorama ciego de Nueva York: “Si no son los pájaros/ cubiertos de ceniza,/ si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,/ serán las delicadas criaturas del aire/ que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible”. Este fragmento fue lo que humildemente inspiró Capricho magiar, un tema a capella pensado originariamente para un coro femenino de cuatro voces. También saber que mi ascendencia gitana se ha vuelto un signo ineludible en estos tiempos de exilio y encuentros de vagabundos.



¿cuánta estrella
destrozada en las tus manos
terminará?


¿cuántos mundos
de adelfos florecidos
te harán brotar?


¿será que habrá
almidón de trigo entre los dedos
de sal?


¿cuánta estrella
destrozada en las tus manos
terminará?


un hombre
cayó de fuera adentro
igual que si a un manantial


¿cuántos mundos
de adelfos florecidos
te harán brotar?


¿será que habrá
almidón de trigo entre los dedos
de sal?


un hombre
cayó de fuera adentro
igual que si a un manantial

El trasgo y el cosmonauta - canción 4: Nocturnata

La letra de esta canción remite a las primeras lecturas que hice de los simbolistas franceses (Baudelaire, Verlaine, etc.), y su melodía a la milonga urbana que dos grandes de la música uruguaya como Gastón Dino Ciarlo y Eduardo Darnauchans desarrollaron insuperablemente. Pienso que el resultado derivó en una especie de folk gótico, una milonga burtoniana que atraviesa el recuerdo en blanco y negro de una ciudad de frontera. También hay otro detalle: Nocturnata fue compuesta a partir de los quince años. Recuerdo que a esa edad yo usaba una boina lombarda, una bufanda negra casi suelta, una muy raída campera de jean, y un par de lentes lennon. Tal vez ya se vislumbraba ese costado melancólico que no siempre ha sido bienvenido. Lo que sí puedo decir es que por esa época me convertí en ese perseguido(r) inconsecuente de mujeres piradas -o pirómanas- y con la cabeza en permanente estado de alteración por los hongos de las vacas. En fin…



Se han sumergido los fantasmas del encuentro
y el aguacero que no para de llorar
encima de los pinos cuajados de sueños
…posiblemente alguien me vendrá a buscar.


Mis versos tienen hechizo de lunería
(es una escarcha de desierto en alta mar),
y el alfabeto de mi corazón arcángel
lleva una sola letra de viento y de sal.
Sea más que una flauta de tormenta el cielo,
sus pentagramas con espuma de cristal,
y así abrir todos mis ojos transparentes
en plena angustia sin dar más que una señal.


Cuando me marche rumbo a un abismo pulsado,
cuando el infierno sea una memoria atrás
dibujaré el fuerte desgarro de los bosques,
sus tumbas con nomenclatura de coral,
la permanencia de la piedra y la palabra,
la piel nocturna del vacío terrenal.
Se han sumergido los fantasmas del encuentro
…posiblemente alguien me vendrá a buscar.

El trasgo y el cosmonauta - canción 5: Límites (poema de Jorge Luís Borges/ música de Martín Palacio)

A esta altura del partido, hablar de Borges sobra. Ya hay quienes lo han hecho magistralmente mejor que cualquiera de nosotros. Sin embargo, sí puedo decir que el poema Límites me pareció uno de los más lúcidos y terribles que escribió el autor. Cierta noche de tormenta y vinos mal arreados, Bob Dylan me dio la clave de una melodía que encajara con ese texto (ahora que lo pienso, creo que fue Knockin' on heaven's door). Para sorpresa mía, su musicalización salió así, de una, como yo deseaba. Hoy, tres años después, sigo cantándola cuando recuerdo -autocitándome- que no es la vida eterna lo que importa sino su eterno ardor.



De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido


a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.


Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?


Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.


Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.


Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.


Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.


No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.


Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me han querido y olvidado;
espacio, y tiempo y el que soy me dejan.

El trasgo y el cosmonauta - canción 6: Epitafio desmesurado a un poeta (poema de Miguel Hernández/ música de Martín Palacio)

Miguel Hernández: poeta español nacido en 1910 en el pueblo de Orihuela y muerto en 1941, encarcelado por las fuerzas del franquismo después de la derrota republicana. Dueño de un decir que va desde la complejidad del barroco gongorino al fraseo despojado del romance anónimo, Hernández dio al mundo una obra literariamente consistente que rezuma el más varonil dolor por la condición humana y un profundo sentido del compromiso que no quedó solamente circunscrito a lo político.


Ya es un dato sabido que cuando Pablo Neruda reside en España funda la revista Caballo Verde para la Poesía. En junio de 1936, con la Guerra Civil en plena efervescencia y bombardeo, decide editar un número dedicado a ese otro raro que fue Julio Herrera y Reissig (para variar uruguayo, dandy y morfinómano, amigo entrañable de Delmira Agustini). Miguel Hernández, que participaba del staff de la revista, colabora con este poema, tal vez uno de los más intensos que leí dedicado a otro poeta. Y considero que no es por mera contingencia que la musicalización nos retrotraiga nuevamente a Dylan, especialmente esa joya que es Masters of war.



Nata del polvo y su gente
y nata del cementerio,
verdaderamente serio
yace, verdaderamente.
No sé si en su hirviente frente,
manicomio y calabozo,
aún resplandece algún trozo
del relámpago bermejo
que enloqueció en su entrecejo.


Quiso ser trueno y se quedó en sollozo.


Fue una rueda solitaria
hecha con radios de amor,
y a la luna y al dolor
daba una vuelta diaria.
Un águila sanguinaria
le picó cada sentido,
que aventado y esparcido
de un avaricioso modo
llevaba del cuerpo a todo.


Quiso ser trueno y se quedó en gemido.


Trueno de su sepultura
sea, y del polvo y del cieno,
éste que tuvo de trueno
sangre, pasión y locura.
La espuma de su figura,
hasta perder el aliento,
hizo disparos de viento
con sangre de cuando en cuando.
¿Sigue su polvo sonando?


Quiso ser trueno y se quedó en lamento.

domingo, agosto 19, 2007

El trasgo y el cosmonauta - canción 7: Canción de la paloma herida (versión libre de un tema árabe del siglo XII)

En 1990 me hice amigo de una familia libanesa. Aunque para ser más preciso, me había hecho amigo de los gurises de la casa, Munir, y su hermana mayor Layla, una muchacha hermosísima de ojos intensamente negros. Antes de venirse a ese extraño rincón del mundo que algunos dan en llamar Chuy, esta familia había vivido unos cuantos años en Beirut. Como suele suceder entre los musulmanes, ya habían determinado el casamiento de la muchacha con uno de sus primos que vivían en el Líbano. Layla tenía diecisiete años y realmente esperaba la llegada de su prometido.


Vino la fiesta de bodas. Las mujeres de las dos familias hicieron su baile de homenaje a la novia, la ataviaron como a una auténtica princesa, y una odalisca hizo su número infartante uniendo, al final de aquella algarabía de vientre, tambores y laúd, a los recién casados.


Cuando nos sentamos a comer, Mussa, el padre de la novia, pidió la palabra. Y nos explicó que iba a dedicarle a su hija una canción de la aldea donde él había nacido, la misma que él cantó en el día de su casamiento a la que ahora era su mujer. Se silenció la sala. Y el hombre cantó. Cantó con voz pastosa y ternura de desgarro, con su más entera hombría de viejo patriarca. Una canción de estructura hipnótica que, por momentos, recordaba a un mantra y que, sin embargo, era una canción de amor. Pasaron los años y jamás logré olvidar su melodía.


Por esas idas y venidas, dejé de frecuentar a la familia. Terminé el secundario y me fui del Chuy, aunque algunos fines de semana caía de visita por el pueblo. Encontré a Munir al frente de lo que era el negocio de su padre. Nos vimos, nos reconocimos. Pregunté por Mussa y me dijo que andaba enfermo. Pregunté por Layla. Todavía recordaba que ella, pocos días después de su boda, se había mudado con su esposo a Beirut. Lo que no sabía era que un año después de su partida había muerto entre los escombros de su edificio, destrozado por uno de los misiles que asoló el Líbano en épocas intermitentes de conflicto. Layla tenía dieciocho años y esperaba un hijo.


Poco tiempo después, hablando con Mussa, me enteré que la canción que dedicó a su hija era muy antigua y que habría surgido en Siria aproximadamente por el siglo XII. Con algo de atrevimiento, re-escribí la letra de la canción, respetando su espíritu poéticamente trágico y amatorio. Quizás pensando en Layla y sus ojos negros. No sé.


Deja que enciendan por mí
toda esa llama
bajo la luna, la luna
con su flor llena de azul y ojos de plata.


Escucha, escucha:
a la sombra de la primera mañana
oscura, oscura,
nadie me hablará de ti, nadie ni nada.


¿Quién duda, quién duda
de mi corazón que, al fin, nunca se calla?

El trasgo y el cosmonauta - canción 8: No sé si me verán bajo el olivo

Este tema surge, justamente, de la lectura de un poema de Miguel Hernández que hace parte de El rayo que no cesa: “Me llamo barro aunque Miguel me llame./ Barro es mi profesión y mi destino/ que mancha con su lengua cuanto lame”. Quien lea la canción o la escuche, verá que las huellas intertextuales son algo más que evidentes. Por otra parte, la melodía -muy a pesar mío- es irremediablemente silvista. En la época que escribí este texto, allá por el 2003, tuve a mi lado una gran amiga que escuchaba una y otra vez el disco Domínguez. Si bien hice mis buenos intentos, no pude enajenarme de su influjo: la música terminó pareciéndose a Soltar todo y largarse. Esas cosas, que dicen.


No sé si me verán bajo el olivo.
No sé si me verán tensar el arco.
Quiero marchar desnudo hacia otra tierra,
donde no me avergüence de ser barro.


Ya vi que los estratos de la carne
en hierro y bronce han sido sepultados.
Te invito a reafirmar sobre otro fuego
la biografía arcaica de ser barro.


Soy forma perfectible de una idea
y soy cáliz también de un vino sacro.
No sé si me verán abrir los surcos
por ver reverdecer el pan temprano.


Probaron destrozar la algarabía
del viento, de la sierra y del ocaso
pues nunca han conocido la inocencia
y la fuerza eviterna de ser barro.

El trasgo y el cosmonauta - canción 9: Baladetta

Otra de las innumerables canciones que supe hacer a los quince y que sobrevivió milagrosamente a la Inquisición de quien aquí suscribe. Inspirada en Ruby Tuesday, una bellísima balada de los Rolling Stones, y en la cadencia rítmica de Something in the way, de Nirvana, Baladetta pintó como un manifiesto de esa sensación de exilio (Darnauchans hubiera dicho insilio) que siempre me atravesó de parte a parte: exiliado de cualquier tiempo, exiliado de cualquier tribu, exiliado de un cielo que de un modo u otro busqué recuperar -aun dudando de su existencia-. Recuerdo que, años más tarde, cuando vivía en la ciudad de Rocha, Enrique “Gallineta” Silva, un poeta que supo contar con la amistad y la música del mítico Alfredo Zitarrosa y de los Zucará, dijo en tono de broma que yo llevaba una sombra de ángel en picada. Y el alivio de esa sombra, ¿en qué rincón del Brasil o Buenos Aires, en qué sombra de ese Uruguay de niebla, en cuál botella o abrazo de una mujer blanca y nocturna se encuentra?


Cómo te brilla ese pelo
con la luz del videobar
junto a un corazón ancestral
que prueba el whisky y la hiel.
Ya no recuerdo mi nombre,
tampoco donde nací.
Sólo el fantasma que hay en mi rubí
nunca me abandonará.


Hoy tuve miedo de morir,
miedo también de vivir,
y encima esto no hace gracia.
Hace que los sueños pasen deprisa
y yo quiero seguir como en un país
con guerras y sin ayer.


He visto al hijo del trueno
entre las olas del mar
(quizás no firmando un pacto social
en homenaje a un clavel).
Abriré el libro más viejo.
Probablemente mi fin
sea la risa del que ve ante sí
lo que fue y lo que será.

domingo, agosto 12, 2007

Poema I, de Nigredo

a Roberto Piva

Mi hermano concibe la irradiación de los museos en cada silogismo, enfrentándolo al graznido de un pato o de una puerta.

Su atributo es el fragmento. Vigila las anémonas en serie, sondea los talones en el momento justo que suenan los chasquidos de un revólver.

Golpea como al acecho la espalda de las estatuas, abre y habita el vientre de los pájaros. Es el príncipe que rige los detalles hasta espantar el signo de los ciclistas en conserva y los carteles de fisiología.


Mi hermano describe el equinoccio nacido de una higuera, causando hendiduras en el glaciar que lo aprisiona; hereda las inclusiones más allá de las imágenes: el movimiento continuo, cualquier intento de aprehensión, revela la estática que subyace detrás de las monedas.


Ramifica una paloma estrangulada,
diagrama el limbo menguante de una boca de tormenta.
Los relojes escampan el suero de su corazón confundido con el polvo.
Albañiléase ciego este volumen de sordera incrustada por el llanto, él, que nunca se negó a la saturación del intenso diferido, que vive su tobillo en construcción geológica de nieblas con la gillet rasgándole la altura. Un martes de carnaval le descorchó la línea de un dos que clama por su diptongo diurno.


Mi hermano estalla en férulas,
en un soberbio pedo de su culo sangrante por donde escupe el universo.

jueves, febrero 01, 2007

Poema II, de Nigredo

ombreH,
el exceso de nuestros nueve sentidos no siempre reflejan la corteza errante de lo táctil. Navegan los extraños, y la erección asertiva de una fecha y otra fecha palpan el útero canjeable por la veracidad de tu espinazo;


hombre, siéntate o acuéstate de perfil con el derrumbe ahora que no hay derrumbe ni redes que impugnen su total ausencia de aporía.


ombreH,
tú y yo en el centro, hocico cárdeno.
Hilar la nieve supone desenredar el ánimo en cursiva, pormenorizar el grito al igual que un síndrome repartido a cicatrices. El cenit nunca traiciona. Cuídate del paladar sin su placenta, del caballo trastornado en fricativa. Remítete a lo invisible al aportar el cero su metáfora de acoso.


Ignoro el apócrifo y el canon apelmazando el barro. Tenemos la misma hechura, disecada en órbitas difuntas por una gran raíz en trance de otra. También el espesor de un magma trazando nuestros tímpanos; los cerrojos socavan el incesto de una estaca con el frío ante un asedio que deviene fábula: sólo los cometas se incendian el ombligo con una ecuación de segundo grado, dejando que las cornisas se vuelvan antesalas de crematorios turbios.


ombreH,
gotízate en el vuelo de un deslumbre
pues bajo el blanco espurio de los huesos que reaccionan en cadena se queda nuestro signo entrelazando karmas y adn`s, se espera otras combustiones y pócimas preparadas.


Carécete de espinas y tendones, de espacialidad pensante: se dice que allá en Praga cayó sobre un rabino esa hipertrofia de salmodias y contactos; también se dice que navega huérfano de estrías por sitios porno en busca de sótanos y bodegas.


ombreH, proyecto de perífrasis vacía, decantación de lo divino en damajuana rota: un bosque de hierros retorcidos preanuncian líquenes en el bolsillo izquierdo de mi smoking; platonizando almenas entre el cerrojo gris del aguacero y mi hemorragia seminal de varios meses, el nueve y su destierro cátaro desata un cosmos de estraza que absorbe calambres repentinos, metástasis de auroras encharcadas ante un par de grietas en el suelo. ombreH, un rey de bastos se vuelca en la te plena de aullidos. Cuando la genealogía de la carie mira al cielo y las calandrias entonan su antífona medusaria, de a poco se empala el llanto detrás de la cal de las paredes.


Verdaderamente, alguna mazurca suena para dos piernas de plomo. Llego de un dolor extremo a la azotea y, sin embargo, el azar muestra sus treinta tajos:


el infinito no es un freno sucesivo, es una sien concéntrica expandiéndose de buitres.